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sábado, 14 de septiembre de 2019



Del cerebro y sus bondades
Edgardo Benitez
Sin egolatría alguna, la especialización de la energía creó, formó y evolucionó al ser humano; hasta ubicarlo en el último peldaño de la larga escalera evolutiva; y lo plantó en esa posición, complementándolo con un cerebro, que no es un musculo, pero actúa como tal: que, si no se utiliza, se atrofia. Con un peso aproximado de 1200 gramos (3 libras), es más resuelto y poderoso que cualquier computadora que se haya inventado hasta ahora. El cerebro es la procesadora de datos de mayor capacidad de almacenamiento de información del mundo (280 trillones de Bytes). Este resultado de la evolución, establece algunas diferencias sustanciales con los cerebros de las otras especies que de igual forma habitaban la Tierra. Si bien es cierto que los animales sustentaban en su haber un cerebro, también es cierto que es más que evidente, la gigantesca diferencia que existe con ellos. La corteza cerebral nuestra constituye el 85% del peso del cerebro y es fácil ver por qué: Esta es la parte pensante del cerebro. Permite resolver problemas de matemáticas, jugar videojuegos, alimentar a tus peces, bailar, recordar el cumpleaños de tu hermana o dibujar. La corteza cerebral hace que los seres humanos seamos más inteligentes que los animales debido a que es la parte que nos permite pensar, me refiero al Pensamiento. Qué bien le hubiera venido a cualquiera de las demás especies un cerebro de estas características; quienes de inmediato percibieron a simple vista, como el humano deambulaba orgullos por los parajes más inhóspitos de la Tierra, sintiéndose el amo y señor de todo lo que lo rodeaba. Esta nueva modalidad de cerebro, contaba dentro de sus atributos, con un aditamento sorprendente, que permitiría al nuevo espécimen, poder vivir, convivir, y compartir con las demás especies el terruño que juntos poblarían y que presenciaban paso a paso el proceso de su evolución; me refiero al Pensamiento. El pensamiento, ubicado en la corteza cerebral, contiene unos 10.000 millones de neuronas, cada una de ellas establece entre 10.000 y 50.000 contactos con las células vecinas, y pueden recibir hasta 200.000 mensajes. El Pensamiento surge como herramienta de uso obligatorio. A este ejercicio constante del Pensamiento, se le denomina Pensar. El cerebro siempre se halla ocupado. ¡Ha sido así toda la vida! Cuando éramos muy chicos, no podíamos hacer muchas cosas: no podíamos decir la hora, vestirnos o incluso hablar. Pero nuestro cerebro estaba preparado para aprender todas estas cosas nuevas y muchas más, porque se encuentra proveído con las neuronas. El sistema nervioso está formado de millones y millones de estas células microscópicas llamadas Neuronas. La Neurona graba, cada una tiene pequeñas ramificaciones que sobresalen y le permiten conectarse a otras neuronas. Al nacer, nuestro cerebro tenía todas las neuronas que siempre tendremos, pero muchas de ellas no estaban conectadas entre sí. Cuando aprendemos cosas, los mensajes van de una neurona a otra, una y otra vez. A la larga, el cerebro empieza a crear «conexiones (o vías)» entre ellas, para que las cosas sean más posibles y podamos hacerlas cada vez mejor. Pensemos en la primera vez que montamos una bicicleta, el cerebro tenía que pensar en pedalear, permanecer en equilibrio, controlar el manubrio, vigilar la calle e incluso poner el freno, dosificar el dolor en las piernas en la cuesta, tomar el ánfora del agua, saludar un amigo, todo a la vez. Un trabajo difícil, ¿verdad? Pero con el tiempo y la práctica, las neuronas transmitieron mensajes entre sí hasta que se creó una vía en el cerebro. Ahora ya podemos montar bicicleta sin pensarlo, porque las neuronas han creado con éxito la vía de "montar bicicleta”. Otra condición más importante aún, para establecer alianzas con otros seres humanos en armonía (interrelación personal) y para poder establecer comunión consigo mismo (intra relación personal). Esa es la alianza y comunión que establece la diferencia con otras especies, ya que en el caso de los humanos es un acto que debe ser estrictamente fruto de pensar. El verdadero problema es que el pensamiento humano se encuentra colmado de normas sociales las cuales lo tienen martirizado; es por ello que no puede hacer uso conveniente de su pensamiento, de tal forma que todas esas normas no lo dejan aprender, producto del complejo de culpa que le genera la obediencia a dichas normas. Esos cánones sociales, que él mismo inventa, sirven única y exclusivamente para aplacarse la posibilidad de aprender. Mientras los humanos no amemos nuestro pensamiento, no lograremos amarnos a nosotros mismos. Es por medio del pensamiento que identificamos nuestra presencia en el Mundo. Por demás está mencionar la cantidad ilimitada de enfermedades que recién aparecen en la Tierra, producidas por una carente o pésima intra relación personal: Cáncer, hipertensión, problemas gástricos, hongos, lupus, la Diabetes, el mal de Parkinson y el Alzheimer. Y si lo vemos por el campo de la interrelación: guerras, hambrunas y crisis mundial de alimentos, todas producidas por esa pésima interrelación personal que adolecemos los humanos. Todo esto producto de no cumplir con el mandato genético de “Haced lo conveniente para ti”. Es entonces mi deber acelerar el proceso de pensar y establecer armonía con otros seres humanos y conmigo. Es por ello, que por la ausencia de pensar, es que reina el desequilibrio y nos lleva momento a momento, hacia nuestra destrucción total. La superpoblación es claro ejemplo de ello. No hemos medido las consecuencias que pagamos y tendremos que pagar, por tener hijos sin mesura. No calculamos las condiciones que rodearán a nuestros hijos al traerlos a este sitio tan impropio y tan irreconocible; que al aparecer en este mundo nos llena de tanto pánico, que ya a temprana edad, nos arrepentimos de vivir en él. No nos percatamos que hemos llevado a nuestra especie al borde del precipicio (El síndrome Lemming) y no percibimos esos acontecimientos con la debida importancia. Ese es el mismo fenómeno que viven las células cancerígenas de un humano en ausencia de pensar; que sabiendo que el cuerpo de este humano va a morir cuando se prolifere su especie, ellas, las células cancerígenas, siguen expandiéndose en forma desmesurada, provocando un caos total hasta que acaban con la vida de su hospedero. Parece entonces que dichas células, han optado por suicidarse. Porque a la muerte del humano que las hospeda, ellas también se irán a la tumba con él. Es entonces que esa misma especialización de la energía que un día nos permitió tener pensamiento, nos permite hoy que podamos obrar con plena gratitud por lograr pensar.
Se acaba de marchar la loca. Salió huyendo cuando al decirme que había muerto tres veces, le respondí que era poco probable o imposible que alguien regresara de la tumba después de haberse comprobado su estado. Argumentaba que si ella no moría al menos tres veces, no tendría sentido resucitar en esta forma de vida. No pude contener la risa. Ni el llanto. Hubo tanto que platicar pero no soportó verme pegado al espejo, admirando mis dientes gruesos, al reír. Y mis ojeras que de inmediato se forman cuando lloro. ¿Cómo crees que he de creer esta falacia?, si mueres, mueres, pero no vuelves a nacer y caminar con tus pies fortalecidos. Imposible hacerlo una sola vez, no digamos, tres. Algo de eso fue nuestra plática que no duro mucho tiempo debido a su poca comprensión conmigo y no contar con argumentos suficientes para explicar lo sucedido. Ya quisiera poder revivir al menos una vez. Esas fueron mis últimas palabras y no alcancé a ver su partida, solo supe que se había marchado cuando escuché el golpe de la puerta mientras yo preparaba en la cocina un tazón de caldo de pollo con natilla. Siempre ha ocurrido así. No ha podido explicar más elementales de su manera de llevar la vida. Todo le puedo creer pero que ha muerto tres veces, eso sí que es una falsedad la cual no estoy dispuesto a entender. Un día me decía que siempre que hablaba conmigo, al poco no podía soportar ni un minuto más, que yo era tan cerrado de mi cabezota y que era imposible que comprendiera el tema. Qué más valdría nunca hubiéramos cruzado nuestras vidas. Siempre pensé me casaba con una loca de amarrar, a veces temía me atacara mientras dormíamos, decía guardaba en su mesita de noche, unas tijeras y una daga española, la cual ocuparía para defenderse de la agresión que podría causarle un ser maléfico que ella sabía andaba tras sus pasos. Ahora pienso que podré dormir con tranquilidad porque también podré sacar de mi mesita de noche, las cuchillas, la almágana y el formón, con el que cada noche, tallaba el ataúd que preparaba para ella.
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Alas para un vuelo cáustico
Aferrado al mundo que nos ha tocado vivir, voy. Agarrado a tus abrazos y a tus antojos, a tus deseos entrañables de amar, a tus pequeñas caricias insobornables.
Enriquecido por el dulce sabor de tus entrañas avanzo en el universo y distingo en mí, el noble azotar del aleteo denso y hermoso de mi ignorancia, ignorancia que se asemeja a la tenue brillantez del sol, ardiente como luciérnaga en el día, como antorcha enclaustra y derretida. Ignorancia que consagra mis madrugadas, que ilumina mis pasos, dulce ignorancia que santifica mi vida. ¿Qué sería de mí sin la nobleza de mi ignorancia? ¿Qué haría yo en mis despertares si no tuviera alas para emprender el vuelo?, ¿lograría asombrarme en mis tardes de vibrante pensar? ¡No! Nada más permanecería flácido y aburrido, perenne en mis lágrimas y avasallado por mi genética de desesperar aturdido. ¿Lograría acaso romper las olas del mar con mi soberbia mordaz? ¿Acaso podría avanzar sobre el tiempo como lo hace la nube, la hoja, la serpiente emplumada, o la eterna dádiva que no necesita recompensa? Reconozco mi osadía al decirlo de pie y con el rostro de frente ante la cascada que cae de la montaña, sé que lleno mis labios de palabras de asombro ante esta tromba de verdades que deslizan sobre mi piel, pero también sé que debo asirme a mi existencia como un sonriente ignorante de las cosas, pero también sé que vibro orgulloso por llenar mi necesidad de satisfacer su hermosa presencia en mí. ¡Bendita ignorancia la mía!
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A modo de Editorial
Edgardo Benitez
Santa Ana


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